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Hombres y mujeres en tiempos de Covid. Un cautiverio voluntario.

Fecha: 3 mayo, 2021

Jimena Silva Segovia

Hombres y mujeres en tiempos de Covid. Un cautiverio voluntario.

Dra. Jimena Silva S.
Académica Escuela de Psicología UCN.
Dra. en Antropología del Género

En Chile ya son más de 24.900 las muertes por covid-19. Sin embargo, el virus y su letalidad han desarrollado en muchos/as un proceso de negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos y vulnerables; y muchos siguen en sus prácticas cotidianas, con reuniones y cafecitos, con compras en las ferias, paseos, fiestas y celebraciones. Mientras que otros, obligados por el trabajo y la vulnerabilidad socioeconómica, se aglomeran en los vagones de los metros y el transporte colectivo, y una gran masa está hacinada en habitaciones sin agua ni electricidad.

Con el alza de los contagios se decretó aislamiento y luego cuarentena, periodo que se ha convertido en un presente estático, o en un recorte del tiempo que pareciera que se ha quedado fijo. En lo cotidiano, es un hacer en círculos, mientras afuera el tiempo corre raudo por las redes sociales y la internet, magnificando el miedo y la catástrofe estadística de noticieros que centran la información en cifras de muertos y contagiados en el mundo y en el barrio. En el exterior, el tiempo que corre acelerado sostiene la especulación financiera que antepone los intereses del capital a la defensa de la vida, como ocurre en muchos gobiernos de economías neoliberales. En estos escenarios, la línea está bien trazada entre quienes sobrevivirán en estas cuarentenas.

Pero no es del todo cierto que con aislamientos o cuarentenas estaremos a salvo. El miedo a morir y la desesperanza emocional transversalizan la convivencia; no poder pagar cuentas, escuelas, créditos y, en muchos casos, alimentación. El aislamiento, el encierro o la noción de cuarentena obligan a examinar ese adentro y preguntarnos si son espacios de seguridad. El informe de Sernameg (2020) realizado por Sonia Bhalotra, Emilia Brito, Damian Clarke, Pilar Larroulet y Francisco Pino, indica que en Chile en 2019 y 2020 los llamados al Fono Familia de Carabineros aumentaron en un 43,8% respecto del año anterior, con 24.806 llamadas por violencia intrafamiliar.

Y el incremento es mucho mayor al analizar solo las 14 comunas en que efectivamente se aplicó cuarentena: la “línea base” a nivel nacional es de 5 llamadas cada 100 mil habitantes, pero allí hubo 12,7 llamadas por 100 mil habitantes (7,7 por sobre la “línea base”).

En marzo de 2020, en el primer fin de semana antes de la cuarentena, en la región Metropolitana se recibieron 532 llamados, mientras que al primer fin de semana largo con cuarentena ese número llegó a 907. La información circulante reporta que en cuarentena aumentan los problemas de convivencia y se condensan las tensiones cotidianas; mientras el trabajo doméstico, el teletrabajo remunerado y el cuidado y apoyo educativo de niños/as, adultos/as mayores o personas enfermas sigue siendo realizado por mujeres. En los reportes de ONU-Chile se informa que en un 97% son las mujeres quienes en una proporción muchísimo mayor desempeñan el cuidado de terceras personas.

Si bien históricamente ha existido tensión/conflicto entre los espacios público y privado, el confinamiento ha agudizado la brecha de distribución de tiempos y espacios para el hombre y la mujer en el hogar. Por ejemplo; las demandas de realizar tareas domésticas en conjunto no son bien recibidas por el hombre o rechazadas de plano. Se activan las discusiones hasta llegar a la violencia, y exacerban un clima imposible de sobrellevar en cuarentena. Reacciones que se pueden comprender por la base social y cultural, en que hombres y mujeres han construido su forma de vivir masculinidad y femineidad.

Son ideas muy arraigadas sobre qué deben hacer los hombres y la mujeres en el hogar: en su mayoría, los hombres se consideran proveedores económicos, con un trabajo que los saca de lo doméstico, a la vez que los hijos e hijas van al colegio y se tiende a disipar o a invisibilizar quién resuelve lo doméstico, el tender camas, preparar comida, limpiar baños, revisar tareas, cambiar pañales, cuidar a hijos enfermos, etc. Además, acorde a las estadísticas de OXFAM (2020), las mujeres que trabajan remuneradamente dedican muchas horas al hogar.

De acuerdo al estudio de ComunidadMujer (2019), la carga de trabajo total, sumando el trabajo remunerado, alcanzaba 11.5 horas diarias, mientras que los hombres alcanzan 9.8 horas. Andrea Sato señala que las mujeres en una semana tipo dedican en promedio 41.25 horas a labores no remuneradas v/s 19.17 de los hombres (El Mostrador Braga, 2020).

En el trabajo no remunerado en tiempos de covid la situación es dramática, muchas veces asumido de manera desproporcionada por mujeres y niñas en situación de pobreza, especialmente de grupos que sufren prejuicios debido a su raza, etnia, nacionalidad, sexualidad y grupo socioeconómico. Por ejemplo, en los campamentos de migrantes o en poblaciones de alta vulnerabilidad (OXFAM, 2020). Las mujeres con teletrabajo asumen la sobrecarga, pero el estrés por el cumplimiento, el impedimento de disponer de espacios y tiempo de calidad para rendir productivamente, crispan la relación con hijos, hijas y la pareja.

En los hombres el confinamiento aviva la tensión y el estrés ante preocupaciones como la seguridad, temor por la salud y el dinero, poniendo a prueba las subjetividades masculinas que sienten tambalear los pilares ahora desbaratados que sostiene su dominio: trabajo, jefatura familiar y lugar en lo público. Con la cuarentena se ven limitados como protectores y proveedores, y exigidos para desarrollar las cualidades del cuidado, las cuales aparecen como deberes femeninos. En las mujeres, el aislamiento significa perder redes de colaboración como los jardines de infantiles y las asistentas de casa particular, desdibujando sus avances en autonomía e independencia. En casos de mayor vulnerabilidad se complejiza el vínculo con otras mujeres en las ollas comunes y el trabajo comunitario, por la necesidad de aislamiento sanitario. Cuando devienen las crisis relacionales y la violencia es cruzada, las mujeres son las más afectadas frente a compañeros violentos, al estar separadas de personas y recursos de protección.

Todo esto sienta las bases para interacciones controladoras y violentas en el hogar, quedando el grupo familiar atrapado en círculos intensivos de agresiones verbales, físicas o sexuales. Esta violencia de género que ha quedado expuesta con brutalidad en la pandemia en Chile y el mundo, se produce en contextos estructurales de desigualdad entre hombres y mujeres que transversaliza las culturas. Sobre la violencia de género a nivel macro en la sociedad, Silvana del Valle, de la Red Chilena de Mujeres contra la Violencia, ha señalado que “las manifestaciones del neoliberalismo se muestran de la manera más descarnada y, en definitiva, afectan a los sectores más explotados, y dentro de estos sectores las mujeres somos las que estamos en la primera línea de esta explotación: somos las mujeres las que subsistimos con trabajos precarios, (…) somos las que recibimos las pensiones más bajas y además somos las que estando en los grupos de riesgo estamos más vulnerables, las ancianas”.

 

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