Columna de opinión del Dr. Rodrigo Alda Varas, rector de la Universidad Católica del Norte y presidente de la Agrupación de Universidades Regionales, publicada por El Mostrador.
“Constituida la República Chile inició un arduo esfuerzo por construir un aparato público que le permitiera dar administración y gobierno a esta fértil provincia y señalada de la región Antártica famosa”, como dijo Alonso de Ercilla.
Si bien este esfuerzo fue exitoso, al menos comparado con otros países de la región, este estuvo marcado por un fuerte centralismo político-administrativo y una creciente concentración de actividades sociales, culturales y productivas en torno de la capital.
Muchas demandas de las provincias del Norte y Sur no fueron escuchadas, como lo registran los (as) historiadores y el centralismo siguió avanzando hasta ser un fenómeno extraordinario, en especial si se observa la realidad de los países desarrollados. Esto dio lugar a la popular expresión “Santiago es Chile”.
Sin embargo, poco a poco fueron impulsándose iniciativas que reconocían este fenómeno y buscaban atenuarlo. En los años 60 se establecieron las regiones de planificación; en los 70 fueron regiones con carácter administrativo, se creó la figura de los SEREMI y las direcciones regionales de servicios. Asimismo, se fortaleció competencial y administrativamente los municipios. Las sedes regionales de las universidades de Chile y Técnica del Estado dieron paso a las actuales universidades estatales. Si bien, eran medidas pensadas en la lógica de un gobierno militar, mayor control ciudadano vía desconcentración más que descentralización, sin duda implicaron un avance.
Con el retorno a la democracia se dieron nuevos impulsos al proceso. Primero se constituyeron formalmente los Gobiernos Regionales; en sus inicios bajo la autoridad del Intendente nombrado desde Santiago. Luego se acordó la elección democrática de los consejeros y más recientemente la de Gobernadores y Gobernadoras. Por fin las regiones pudieron elegir a mujeres y hombres llamados a representar la voluntad popular de sus comunidades y territorios.
En este contexto, resulta innegable que la descentralización y el mayor protagonismo de las regiones ha sido un derrotero que debe sortear obstáculos recurrentemente. En especial el centralismo cognitivo que aún impera en buena parte del liderazgo político chileno. El mismo que a menudo desconfía de las capacidades de las comunidades regionales, el que, a pretexto de asegurar el buen uso de los recursos, no hace más que imponer férreos controles que diluyen la descentralización.
Un ejemplo reciente ocurrió con la designación del Comité de Expertos (as) instancia paralela al Consejo Consultivo, donde se privilegió a personas de la capital, subvalorando nuevamente a especialistas de prestigio internacional que se desempeñan en universidades regionales.
Pese a todo, la descentralización llegó para quedarse. Ahí están cientos de alcaldes y alcaldesas que con ingenio y esfuerzo impulsan el desarrollo local.
Ahí están las y los gobernadores regionales que, a pesar de las resistencias del centralismo, generan iniciativas para el progreso de sus comunidades y territorios.
Asimismo, ahí están las universidades regionales formando profesionales y especialistas para concretar acciones de desarrollo; las y los numerosos científicos estudiando los problemas y potencialidades de sus territorios para iluminar las políticas públicas. En esta misma senda encontramos a los equipos encargados de promover el arte, cultura e identidad regional. Y también a quienes articulan iniciativas y proyectos con instituciones públicas, privadas, la comunidad local y sus organizaciones.
La descentralización ha sido una reacción tardía y subsiste la convicción de que ella es la gran deuda país con los territorios. Pero hay elementos para ser optimistas y conmemorar el Día de las Regiones, partiendo por la creciente alianza entre Municipios, Gobiernos y Universidades Regionales
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