Gabriela M. Carrasco Urquieta
Abogada y docente Derecho UCN
Referirse al escenario actual en relación con el texto de la nueva Constitución se ha vuelto sumamente complejo. Complejo, porque debe observarse y entenderse -además- desde el tipo de sociedad y modernidad en que tal proceso se ha desarrollado. Somos actualmente una sociedad resultante de años de imbricación de las lógicas liberales dentro del tejido social, incorporada la misma un poco a la fuerza, generando tensiones y precarización en un mundo ya precario.
Somos el resultado de nuestros tiempos, la sociedad líquida de Bauman en que el descontento y desesperanza acumulada tuvieron un punto de fuga en el estallido social de octubre, pero que parece nuevamente haberse recogido sobre sí misma; primero, por depositar su fe en un acuerdo y salida institucional que produjo una esperable desmovilización; y segundo, por no contar con un marco o estructura de capital cultural ni de liderazgos sociales que permitiesen dar continuidad al espacio de creación y problematización que se crease hace ya más de dos años.
En palabras simples, somos una sociedad en que no es posible comprometerse, en que no existe la permanencia y en que todo es trastocable; una sociedad en que no puede existir la confianza. Entonces, nuestro proceso constituyente se verifica desde la óptica de personas que observan con recelo todas y cada una de las resoluciones tomadas por los y las convencionales constituyentes, en que nadie parece querer darse el tiempo de leer con minuciosidad el texto de un borrador que desde ya les genera el recelo propio que mantienen para con las demás instituciones, pero que, además, justamente por la naturaleza de las constituciones, no sienten que venga a resolver sus problemas diarios e inmediatos. Es la tormenta perfecta contra la que deben enfrentarse quienes levantan las banderas del Apruebo.
Por una parte, en las condiciones ya descritas es sumamente fácil para los detractores de la propuesta de Constitución el transmitir información falsa o errónea sobre las normas que la misma contiene, pues la gente, desconfiando de todo, parece desear creer que quieren ponerles siempre en una condición aún más desventajosa que la que se encuentran y serán sumamente receptivas a ello. Tampoco parece ayudar el evidenciar que dentro del Apruebo se pontifica sobre los y las ya convencidos. No se ha logrado transmitir el concepto de esta -eventual- nueva Constitución como una herramienta fundamental para lograr los cambios que la gente ha requerido.
A ello se une la narrativa instalada de una posible “tercera vía”, misma que pasa de ser derechamente una mentira a adquirir ribetes de verosimilitud de la mano de algunas declaraciones vertidas por personeros del oficialismo. Finalmente, nos encontramos con otro de los escollos mayores dentro del proceso: que pareciera que le estamos pidiendo que sea perfecta, como no lo ha sido ninguna otra Constitución en la historia.
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