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Monseñor Ducasse reflexiona sobre sus 19 años de vida episcopal y del efecto de la pandemia en la sociedad.

Fecha: 3 agosto, 2021

Monseñor Ducasse reflexiona sobre sus 19 años de vida episcopal y del efecto de la pandemia en la sociedad.

Mons. Ignacio Ducasse Medina entrega sus impresiones sobre su trayectoria en el episcopado, la emergencia sanitaria y la fe de los fieles en estos tiempos difíciles.

El Arzobispo de la Arquidiócesis de Antofagasta y Gran Canciller de la Universidad Católica del Norte (UCN), Monseñor Ignacio Ducasse Medina, celebró hace unas semanas atrás 19 años de trayectoria en el episcopado.

En agosto de 2017 llegó a Antofagasta, Monseñor Ducasse, hoy en un escenario marcado por una pandemia, reflexiona sobre estos años de camino pastoral, entregando una palabra de consuelo a los fieles., especialmente en tiempos de restricciones, a causa del COVID-19.

“Sin duda, estos 19 años de ministerio episcopal han sido una gran oportunidad para servir al Señor en la Iglesia, especialmente en favor de tantas personas y de diferentes maneras. De un modo particular, poder conducir procesos pastorales de crecimiento en la fe de la comunidad diocesana que se me encomendó; me ha permitido conocer gente muy diversa, ya que cada una es un mundo de ideas y sentimientos que hay que valorar y de quienes se debe aprender para enriquecerse”, manifestó.

¿Cuáles han sido las experiencias que más le han conmovido en estos 19 años de trayectoria?

Hay muchas, tanto positivas como otras no tanto. Una positiva: la fe generosa de la gente sencilla, de aquellas que se dejan conducir por el Señor y dan sin sacar cálculos mezquinos. De aquellas que caen y se levantan, de aquellas que no buscan culpables en los demás, sino que asumen sus errores y falencias.

Pero también hay situaciones no tan gratas, como por ejemplo acoger la decisión de una persona que ha decidido dejar la Iglesia, la apostasía; o bien llevar adelante un proceso de abandono del ministerio por parte de algún sacerdote. Eso duele y conmociona; es difícil. Y por supuesto me conmueve también la pobreza en que vive tanta gente en la ciudad de Antofagasta, siendo esta capital regional la cuna del cobre.

En tiempos de pandemia y restricciones, ¿cómo se puede acercar la fe a quienes pasan momentos de carestía y agobio?

Creo que como Iglesia estamos dando desde nuestra pobreza material estamos ayudando a tanta gente y familias que lo están pasando mal producto de la pérdida del empleo y otros motivos provocados especialmente por la pandemia.

El evangelio es vida, es servicio a la persona y cada situación requiere servicios distintos; a veces hay que apuntar mas en una dirección que en otra. Hoy, por ejemplo, es a través de la solidaridad, pero siempre desde la fe, desde la identidad propia. El creyente no da por compasión, sino que da al mismo Señor, a quien ve en el necesitado. Como diría el Padre Hurtado: “Ellos son otros Cristos”.

¿Cuáles han sido las inquietudes que más ha recibido de la población en tiempos de pandemia?

Han sido muchas y variadas; y además han cambiando en el tiempo a medida que avanza la pandemia. Al comienzo no se le dio la importancia que tenía, luego apareció el temor, el dolor de los contagios y fallecimientos de seres queridos, la pérdida o reducción del empleo, y otras restricciones necesarias dadas por la autoridad sanitaria.

La pandemia se hizo creíble y respetable. En el interinato, muchas personas buscaron respuestas que al final no encontraron. Otras, la mayoría, se abrieron a Dios. De hecho, nunca entenderemos la fuerza de un momento -personal o comunitario, incluso online- de oración intensa usando las herramientas tradicionales del análisis. Sería como pensar que podemos comprender un poema usando las reglas de la métrica.

¿Cuáles cree que son los principales desafíos para Antofagasta?

Aprender a vivir más sobriamente y más solidariamente en todos los niveles; familia, barrio, escuela, país… La pandemia, a mi juicio, nos dejará más pobres materialmente, pero ojalá también nos deje espiritualmente más centrados en los demás, mirando y trabajando por el bien común.

¿Cuál ha sido la tarea principal a la que se ha abocado la Iglesia en tiempos de pandemia?

En primer lugar, solidarizar con los más débiles y pobres, apoyando de acuerdo con nuestras posibilidades. 

Organizamos una iniciativa llamada Delivery Solidaridad, con la cual, junto a universidades, empresas, organizaciones locales, nacionales e internacionales, estamos ayudando con alimentos y artículos de higiene personal a muchas familias, especialmente de la comuna de Antofagasta.

Además, cada parroquia y unidad pastoral ha desarrollado variadas iniciativas de ayuda: cocinas comunitarias, entrega de alimentos a personas en situación de calle, atención y acompañamiento a personas que pasan por momentos difíciles, tanto personales como familiares.

En retrospectiva, ¿cuál sería su principal mensaje hoy para la ciudadanía?

No hay duda de que vivimos una época, donde se corre el riesgo de cegarnos, no solo por la pandemia, sino porque es un tiempo de miradas breves, de corto alcance, incapaz de ver la sustancia de las cosas, el dolor transfigurado del mundo, el redescubrimiento de la propia fragilidad, la necesidad de mirar más allá y de volvernos a Dios.

Pero no debemos olvidar que “el hombre que reza tiene sus manos en el timón de la historia”, como dijo San Juan Crisóstomo. Esa es una convicción que poco a poco se ha ido despertando en el corazón de la gente; a mi juicio, hay una vuelta a Dios.

La pandemia nos ha ayudado a redescubrir que estamos, como diría San Agustín, hechos para Dios y nuestro corazón estará inquieto mientras no descanse en Él. Por ello, invitaría a todos a no tener miedo, pero sin ser temerarios. A abrirse a Dios; somos seres abiertos a la trascendencia, no nos inclinemos hacia nosotros mismos, abrámonos a los demás y a Dios o, dicho de otro modo, abrámonos sinceramente a Dios y estaremos siempre abiertos a los demás. Caminemos juntos en la misma dirección por el bien de todos.

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