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Pandemia y duelo: Desafío sanitario y ético

Fecha: 21 julio, 2020

Pandemia y duelo: Desafío sanitario y ético

Comenta: Alejandro Cerda Sanhueza, académico del Departamento de Teología UCN,  Profesor de Teología Moral, Ética de las Profesiones y Antropología Cristiana acerda@ucn.cl

La expresión más dolorosa de la pandemia del coronavirus, que como sociedad nos ha tocado vivir, está asociada a la pérdida de vidas humanas. La muerte de un ser querido, ya en sí misma se constituye en una experiencia dolorosa, más aún cuando no se tiene la oportunidad de preparar, de acompañar y despedir. La pandemia, ha destapado otra profunda deficiencia que tenemos como sociedad, y es la de permitir vivir de buena manera los duelos.

¿Qué es el duelo?
Es dolor. Son muchos los dolores que la vida nos da; Buda afirmaba que la vida es dolor. Pero indudablemente, uno de los dolores más fuertes que uno tiene es la partida, la muerte, especialmente de un ser querido. La importancia del duelo, es que, al igual como el dolor es una reacción a un síntoma de un malestar, una suerte de mecanismo de defensa, el duelo es parte de un proceso de humanización de las relaciones humanas, que se requiere vivir, saludablemente. El duelo es un proceso, no sólo un acontecimiento, y el no vivirlo bien, tiene consecuencias patológicas. Hay que vivirlo, asumirlo, en ningún caso intentar olvidar o bloquear; hay que ir al origen, no sólo a los síntomas.

No sólo es un proceso psicológico, sino también una experiencia ética y espiritual. Y no estamos preparados para vivirlo. Y se hace necesario educarnos en el duelo, porque una de las consecuencias directas de no hacerlo bien, son cuadros depresivos o enfermedades psicosomáticas, creando un círculo vicioso en torno a la atención primaria. Pero además empobrece la misma concepción del ser humano, su dignidad, el valor que le damos a toda persona por ser persona. Al igual que el acontecimiento de un nacimiento, conlleva alegrías, expectativas, cuidados y preparación, la buena partida tiene que ser un acontecimiento que reúna ciertas condiciones para que la vida pueda ser digna hasta su final.

¿Cómo nos educamos para vivirlos sanamente?
No es este el espacio para responder semejante desafío, pero quizás algunas consideraciones a modo de enunciados: visibilizar la muerte, sacarla del ámbito de lo privado, personal y subjetivo. Si hay algo común para todos es que en algún momento vamos a morir. Hay que ponerlo en el ámbito de lo público y político para que surjan mejores leyes que den cuenta de esta realidad. En el ámbito sanitario, el practicar una de las finalidades propias de los profesionales de la salud, que es el acompañar, en especial al moribundo, y eso también requiere de capacitación, no sólo buena voluntad. En el ámbito de la cultura y familia, ayudar a reconstruir lazos, trabajar la reconciliación, el encuentro, el mantener vivos los buenos recuerdos.

Hay un dolor mayor cuando antes de una partida, no se han podido rehacer los lazos familiares o sociales. En el ámbito más individual, vivirlo con protagonismo, y no sólo como víctimas, según nuestra psicología dominante, afectiva, cognitiva o activa. Vivir las diferentes etapas, ayudar a preparar la partida, acompañar, escuchar cuáles pueden ser los deseos, qué es lo que quisiera el que está por partir, y qué es lo que necesitan los que se quedan.

Créditos imagen: Chinh Le Duc by Unsplash

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