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Reflexiones desde el consejo, identidad y Regiones. A propósito de una norma controversial

Fecha: 7 septiembre, 2023

Jose Antonio Gonzalez

Reflexiones desde el consejo, identidad y Regiones. A propósito de una norma controversial

José Antonio González Pizarro
Consejero Constitucional

Hace varios años, un gran amigo, que ya no está entre nosotros, Francisco Javier Pinedo, director Instituto Juan Ignacio Molina, de la Universidad de Talca, me invitó a una gran exposición fotográfica. Una serie de láminas mostraban antiguas haciendas, modalidades de trabajo, formas de vida, entre las chozas de inquilinos y la Casa Grande (el título homónimo de la gran novela de Luis Orrego Luco, publicada en 1908) de los hacendados, fiel reflejo de las desigualdades) huasos a caballos y costumbres.  Javier me señaló de paso, de estas ilustraciones, que representaba el denominado “Chile profundo”, cuyo enclave nacía en el valle del Maule (Talca-Curicó) hacia el sur. No me identificaba en nada. Si hubieses mostrado, le repliqué, las actividades mineras de Chañarcillo y de Copiapó, con el paisaje desértico, sí, me hubiese interperlado. Nuestro escritor Mariano Latorre, habló a mediados del siglo XX, de los rincones de Chile, demostrando las diferencias geográficas entre costinos y montañeses, en el sur de Chile y, poniendo el acento, que recogió Andrés Sabella, entre la rebeldía del minero, del desierto, que dio origen al proletariado y el sumiso del inquilino, inserto en el gran fundo.

Este preámbulo tiene justificación, pues se ha aprobado la enmienda de los Republicanos que incorpora en el proyecto constitucional que se debate, que la “cueca como baile nacional y el rodeo como deporte nacional”. Nadie en Chile no respeta la cueca- lo baile o no- pero todos estamos claros que ella es representativa del centro-sur del país, lo que significa que no representa a todo el territorio nacional. Cada zona de nuestra extensa tierra guarda diversas costumbres que han surgido desde los habitantes de aquellos territorios. El baile chilota o la danza pascuence, todos/as las conocemos; de igual modo, la música y danzas andinas o altiplánicas que reflejan nuestra idiosincrasia de las tres regiones del Norte Grande, desde Arica-Parinacota, Tarapacá y Antofagasta. Que nos guste la música andina, no significa que debamos bailar por ejemplo huachitorito. La música andina la rescató el Conjunto Folklórico de la Universidad del Norte, COFUN, a inicios de la década de 1960, editando varios longplays, difundiendo la comida y los tambos, para la sociabilidad, hasta que los conjuntos musicales de la época la asumieron e Illapu, y dejaron claro la legitimidad social de esta clase de música en nuestra diversidad cultural.  Repárese que los principales programas televisivos europeos hace un par de lustros dedicados a la parte andina de nuestro subcontinente, era musicalizada por intérpretes chilenos, en vez de músicos peruanos o bolivianos, tan legitimados en tal género musical. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido vincular que el gusto musical de una región obligue a danzar el baile más representativo.

Nuestro reparo, apunta a lo siguiente. Durante la dictadura se promulgó el decreto 30, el 19 de septiembre de 1979, que declaró a la cueca como baile nacional. En esa oportunidad, como norma, dio cuenta de sus fundamentos haciendo notar que dentro del conjunto de bailes en el territorio, la de mayor significación era la cueca. Que demás está decir, su procedencia es peruana. En 1989, se declaró el 17 de septiembre, el día nacional de la cueca.

Empero, como los gustos musicales varían según las generaciones y las épocas (el tango en Argentina se muestra para los turistas, pues nadie lo baila cotidianamente), los corridos y las rancheras mexicanas dominan en el sur de nuestro país. Chile es el país, descontando México, donde más se cultiva la música popular del país azteca.

Si apelamos a nuestra “tradición”: las tradiciones se inventan. Nuestros emblemas nacionales se configuraron desde 1812, conjugando colores diversos hasta fijar la bandera del tricolor que veneramos hasta el presente. Es una tradición que insertamos en nuestra nación desde el Estado, reproduciendo la liturgia de nuestro himno nacional, que cohesiona a nuestra comunidad imaginada, como escribió un historiador británico. Aquello trasciende a todos nuestros rincones.

Si en el anteproyecto de la Comisión de Expertos se indica en el artículo 7, inciso 2, que el “Estado reconoce la interculturalidad como un valor de la diversidad étnica y cultural del país y promueve el diálogo intercultural en condiciones de igualdad y respeto recíprocos”, resguarda precisamente la no uniformidad y menor la hegemonía de una cultura sobre otra. Pero, constitucionalizar algo que, debería estar en una ley, sin aminorar la controversia, impide llevar a cabo tal mandato constitucional y, a mi criterio, lastima la regionalización con una política de promover la identidad propia, que no se contrapone a las orientaciones que todos sentimos por nuestros valores. Si la cueca, con lo que hemos apuntado, conlleva debate; el rodeo, sin duda, provoca mayor discusión, pues circunscribe una costumbre a un ámbito más estrecho del centro-sur del país y en la actualidad, la sensibilidad de las generaciones jóvenes por el cuidado de los animales, hace que tengamos más incordia que consenso en tal tema. Se pudo evitar razonando y sintiendo por el bien de todo el país.

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